Mina de sapiencia
Robert era un cuarentón, su aspecto estaba descuidado, la barba era abundante y larga. Vivía en una cabaña, en Groenlandia. Era la última persona que existía en el mundo. Todos habían desaparecido, y no sabía por qué. Y no había libros, ni uno solo. No había bases de datos, no había ordenadores, salvo el suyo.
Comprendía que con su muerte el conocimiento también moriría. Por ello, sentía la necesidad de rescatar una parte, aunque fuera pequeña, de los descubrimientos y de lo que sabía la humanidad hasta entonces. Por alguna razón, en su cabaña, había un ordenador, y una impresora con bastante papel. Había montañas de papel para imprimir. Así, no faltándole nada, comenzó a escribir. Escribió sobre lógica, física cuántica, medicina, psicología, matemática, filosofía. Dedicó todo el tiempo que le quedaba a dejar evidencia de que hubo personas. Arte, historia, música, pintura. Escribió todo cuanto se le ocurría. Pero su muerte era inminente. Estaba enfermo desde que empezó ha escribir. Había pasado cientos de años y la enfermedad lo estaba destruyendo lentamente.
Finalmente, llegó el
último día. Estaba orgulloso de lo que había logrado. La montaña obtusa de
hojas se convirtió en una mina de sapiencia. Se había tomado el tiempo de
encuadernar sus obras. Ese día estaba por concluir una, ya la había escrito y
encuadernado, lo único que faltaba era el título inscrito en la portada. De
modo que se sentó frente a la montaña, dedicado a manipular sus instrumentos
que le permitían hacer la inscripción. Cuando terminó, se levantó y se le
ocurrió dejar el libro en la cima. No quería dejarlo en el suelo. Era una obra
de arte, tanto el contenido como su aspecto eran hermosos, y la idea de
abandonarlo en el suelo sucio le repugnaba. Entonces, cogió su silla, y la
dispuso frente al hueco entre el último libro y el techo, se subió, y lo metió.
Sin embargo, sintió cómo sus fuerzas abandonaban su cuerpo. Cayó desde su silla
contra la inmensa montaña, que se derrumbó y lo sepultó. Todos esos libros
cayeron sobre él y lo mataron. Había escrito diez mil.
Terminó la
simulación. Robert estaba muerto. Los alienígenas que esclavizaron a la
humanidad habían venido en busca de algo, no de un objeto material, sino
mental. Como nadie colaboró por las buenas, sometieron a todos. Como a Robert,
a algunos los ponían en una simulación. Robert vivió trecientos años, pero
jamás reveló el secreto de la humanidad.
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